viernes, 30 de octubre de 2009

El alma. ¿Existe la reencarnación?

Los 21 gramos y el origen racista de una creencia
New Age

Una encuesta que encargamos en el 2006 concluyó que casi la mitad de los ecuatorianos (49,6%) creía en la reencarnación. Dato curioso si consideramos que al menos un 90% de la población dice ser cristiana; es decir, cree que las almas tienen un solo uso y luego se van por toda la eternidad al cielo o al infierno.

Por el contrario, los teóricos de la reencarnación sostienen que existe un número limitado de almas que -por decirlo a la manera ecológica- se reciclan, dejando vacío el cuerpo muerto para posesionarse de una nueva vida, humana o animal.

De entrada, y para seguir un razonamiento lógico, hay que comenzar por la nada sencilla pregunta ¿existe el alma? Para la totalidad de las religiones mayoritarias del mundo la respuesta es sí. Para la ciencia en cambio, la respuesta es que no existe la menor evidencia.

En algún momento se habló de la existencia de una prueba:

los 21 gramos que el cuerpo perdería con su último suspiro. Esta caprichosa cifra sería el resultado de un extraño experimento realizado a principios del siglo pasado por el doctor Duncan Macdougall. Pesó a cinco enfermos agonizantes y los resultados oscilaron entre 10 y 42 gramos. Sólo el primero de los fallecidos perdió los famosos 21 gramos. Y para verificar sus resultados envenenó a una docena de perros sanos, aunque no pudo comprobar nada (1). Años más tarde, intentó fotografiar el alma saliendo del cuerpo, por supuesto, infructuosamente. Sin embargo, la leyenda sobre su “descubrimiento” sobrevive hasta hoy y hasta mereció el título de una película.

Más recientemente, el premio Nobel de Medicina Francis Crick –nada menos que el coautor del descubrimiento de la estructura del ADN- encontró que al morirnos se desvanecen millones de nuestros neurotransmisores, moléculas que tienen peso y son la base del sistema de comunicaciones entre las neuronas. Esa podría ser lo más parecido al “alma” desde el punto de vista de la Ciencia, es decir, de lo que está probado.

¿Y de dónde salió la creencia en la reencarnación?

En 1968, los cuatro tipos más famosos del mundo de entonces se recluyen en una comunidad del norte de la India. Los Beatles, guiados por el gurú Maharishi, han ido a aprender meditación para alejarse de las drogas. El impacto mediático que tuvo ese viaje provocó que millones de jóvenes hippies occidentales comenzaran a interesarse por el misticismo hindú con su prédica del amor y el desprendimiento

de los bienes materiales. Algunos de esos jóvenes son hoy prósperos empresarios que viven del negocio de la New Age. Tan sólo emulan al multimillonario gurú, quien murió apenas el año pasado en su modesta mansión holandesa de 200 habitaciones.

La moda de la Nueva Era y la espiritualidad aparece en un momento de crisis y descrédito de las religiones tradicionales, anquilosadas en sus prédicas conservadoras mientras el mundo parecía incendiarse con el Mayo francés, la guerra de Vietnam y la guerrilla del Che. Los jóvenes rebeldes enarbolaban las banderas del amor libre y el “prohibido prohibir”, y el movimiento de la Nueva Era con su rechazo a todo lo establecido -incluyendo la ciencia- fue la respuesta que encontraron.

La base religiosa de la Nueva Era puede encontrarse en el hinduísmo, una religión que en apariencia predica la paz y la espiritualidad individual para que el alma se despoje de su carga (karma) de las vidas anteriores y así alcanzar su liberación definitiva. Pero lo que esconden quienes lo predican, es el origen racista y cruel de esta creencia.

La llegada de los proto-nazis

Hacia el 1500 antes de Cristo los arios, un pueblo venido del norte, invade la India. Guerreros de piel blanca procedentes de las estepas rusas que utilizaban armas de hierro y carros de combate, derrotaron fácilmente a los nativos drávidas empujándolos cada vez más al sur. Los drávidas, de piel oscura, siguen siendo numerosos en esa región del subcontinente.

Para los rubios arios, los drávidas eran repugnantes subhumanos con los que no debían mezclarse, y por esa razón impusieron el sistema de castas que aún perdura. Las tres castas superiores de la aristocracia (sacerdotes, guerreros y comerciantes) estaban reservadas para ellos. Las demás eran para los nativos, que constituían la inmensa mayoría de la población. La mezcla de razas estaba prohibida. Quienes la quebrantaban (y sus hijos) pasaban a convertirse en descastados, los parias, o condenados a una virtual esclavitud . Así quedaron consagradas en la ley de Manu y el libro sagrado más antiguo, el Rig Veda.

La segunda etapa de la conquista vino a través de la religión. La creencia en la reencarnación es impuesta hacia el año 500 a.C. cuando los nativos comienzan a rebelarse. En otro libro sagrado, el Bhaghavad Gita, el propio dios Krishna explica a los mortales qué es la reencarnación.Se afirma además que la sociedad de castas no fue impuesta por los invasores arios, sino que es un designio divino. Cada cual tiene su lugar en la sociedad por voluntad de los dioses y si somos pobres y oprimidos es porque estamos pagando las culpas de vidas pasadas. Es el famoso karma. El campesino, entonces, debe aceptar resignadamente la explotación y el maltrato del señor feudal, porque rebelarse le impedirá escalar de casta en la próxima reencarnación y por lo tanto alejarse del ansiado nirvana.

Si por el contrario, desobedecemos la voluntad de los dioses, en nuestra próxima vida tendremos una reencarnación aún más desgraciada. En una cucaracha, un cerdo o en tal vez en Michael Jackson…

El fatalismo de un destino inexorable llevó a los pobres a la sumisión, y la sumisión a mantener el terriblemente injusto sistema de clases que virtualmente no ha cambiado en treinta siglos. En la India los parias constituyen la casi totalidad de la población más miserable: 160 millones de personas. La Unesco dice que hasta hoy “la casta se utiliza a menudo como un mecanismo de explotación económica” (2).

Los parias ni siquiera pueden atravesar las zonas residenciales donde viven las castas superiores, aunque se trate de gente casi tan pobre como ellos.

Durante un viaje por la India se me ocurrió entrar a filmar en una villa miseria habitada por parias. El guía, de una casta superior, se negó tajantemente a acompañarme. Pronto me vi rodeado por decenas de chicos curiosos y famélicos con quienes bromeamos un rato, ellos mirando por la lente de la cámara y yo jugando a despeinarlos. Al regresar al coche, y en todo el trayecto hasta el hotel, el guía apenas me dirigió la palabra y hasta se negó a darme la mano que le extendí sin la menor inocencia. Su repugnancia era más fuerte que su sentido del deber: también yo estaba contaminado.

Y finalmente, algunas cuestiones de lógica

¿Cuántas almas hay para repartir? Cuando se inventó la teoría de la reencarnación , en el mundo vivían unas 100 millones de personas. Actualmente la población del planeta llegó a los 7 mil millones. ¿De dónde sacaron sus almas esas nuevas 6,9 mil millones de personas?

Hoy en día, psicólogos que siguen a Brian Weiss -psiquiatra New Age, millonario autor de libros- aseguran poder hipnotizar a sus pacientes para transportarlos a sus vidas pasadas y así conocer el origen de sus problemas actuales y curarlas hasta de sus fobias.

Bailarinas egipcias, guerreros al estilo Conan el Bárbaro, reyes, Juanas de Arco, y cualquier otro estereotipo salido de Hollywood, todos son buenos para vender sesiones de cuarenta dólares la hora. Personalmente conocemos a dos princesas del Renacimiento y un lugarteniente de Colón, pero hasta ahora a nadie que haya tenido una vida más prosaica, digamos un niño indio o chino muertos prematuramente. Por la ley de las probabilidades, al menos una de cada tres personas que alguna vez vivieron en el planeta tendría que tener ese origen y gran parte de ellos haber muerto antes de llegar a la madurez. Pero claro, su corta y trágica vida no emocionaría a nadie.

Cuando se les pregunta a estas personas que hicieron una “regresión” cómo era su vida pasada, solo pueden contestar vaguedades y tal vez algún nombre que recuerden de alguna película. Pero si los interrogamos sobre qué cultivaban y comían, cómo se llamaba el rey de aquella época, qué idioma hablaban, o qué moneda utilizaban, verán cómo pierden súbitamente la memoria. ¿Cómo es que nadie se reencarna en Cleopatra para decirnos dónde está su tumba? ¿O en San Martín o Bolívar para informarnos qué conversaron en Guayaquil? ¿Uno de los doce apóstoles para contarnos con detalles la vida de Jesús?

Hoy, con el avance en el conocimiento de las leyes de la genética, sabemos que buena parte de nuestro carácter y comportamiento (en esencia, lo que los creyentes llaman “alma”) es heredado. Un estudio de más de treinta años realizado por científicos del Instituto Karolisnka de Suecia, ha demostrado que enfermedades psiquiátricas como la esquizofrenia y el trastorno bipolar están estrechamente relacionadas con la herencia genética (3). O será que los hijos de esquizofrénicos, por pura casualidad, al nacer reciben casi siempre el alma de un esquizofrénico muerto que pasaba por ahí cerca.Estudios similares ha hecho la Universidad de Duke para la depresión, la ansiedad y la dependencia de las drogas y el alcohol.

Creer en la resurrección del alma o en la reencarnación sigue siendo solo un reflejo de la soberbia humana. Imaginamos ser tan importantes que no podemos tolerar la idea de que una vez que nos morimos, estaremos muertos para siempre.

Y algo más. Por lo menos los hindúes son coherentes en sus creencias y no comen carne. Si usted cree en la reencarnación, ¿por qué come pollo? (o vaca o chancho). Tal vez lo que está en su plato haya sido la reencarnación de algún pariente lejano.

(1) New York Times, archivos de 1907. http://query.nytimes.com/mem/archive free/pdf?res=9D07E5DC123EE033A25752C1A9659C946697D6CF

(2) “El apartheid oculto de la India”, Correo de la Unesco. http://www.unesco.org/courier/2001_09/sp/doss22.htm

(3) http://www.eluniverso.com/2009/01/16/1/1384/328BFC8B49E446C5B9AB4A57B8FB6654.html


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